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El factor AMLO

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Opinión de Lorenzo Meyer

Es añeja la discusión en torno a la importancia relativa del papel de los individuos —de los líderes— y de las circunstancias en la explicación de la generación y conducción de los grandes momentos históricos. Y la discusión sobre este tema se acentuó a raíz de la publicación en 1898 de la obra del marxista ruso Guorgui Plejánov, El papel del individuo en la historia. La conclusión es que la importancia relativa de esas dos variables depende de la naturaleza del caso específico.

Ahora que la presidencia de Andrés Manuel López Obrador ha entrado en su etapa final, se empieza abrir la puerta al examen del papel del personaje que hace 70 años nació en Tepetitán, una población de menos de dos mil habitantes a la orilla del río Agua Caliente, en el municipio de Macuspana, Tabasco, en el seno de una familia de clase media. Con ese punto de arranque, las posibilidades del macuspeño de llegar a la cumbre de la estructura política mexicana a la cabeza de un partido-movimiento de su creación, de oposición y de izquierda, eran mínimas y, sin embargo, lo logró. Y lo logró por una combinación de voluntad poco común con inteligencia, la decisión de correr los riesgos de un todo o nada en momentos cruciales y, sí, de aprovechar al máximo las circunstancias. Y esas circunstancias se pueden resumir en la decadencia, por corrupción, del sistema autoritario priista, del fin de la Guerra Fría y la disminución en México y el mundo de la intensidad del anticomunismo tras la desaparición de la URSS y la consiguiente libertad de acción de una pluralidad de izquierdas como alternativas al capitalismo neoliberal.

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Y retornando al tema del papel del líder en las coyunturas, es posible asegurar que sin la fuerza de voluntad y el carisma de Andrés Manuel López Obrador —entendiendo por carisma la autoridad de un líder al que sus seguidores consideran comprometido de manera excepcional con causas de orden superior— simplemente no es posible explicar el nacimiento y desarrollo espectacular del partido Morena que en un lapso de 7 años (2011-2018) transitó de la nada a ganar la presidencia y sin recurrir a la violencia, aunque sí a la resistencia pacífica. Ganar la presidencia fue difícil pero no lo fue menos empezar a desmantelar 36 años de dominio de un neoliberalismo duro, para devolver su centralidad al Estado y sentar las bases de un nuevo régimen con un proyecto de izquierda democrática. Finalmente, y fiel al principio de “no reelección”, el líder entregó el bastón de mando de su partido a una sucesora y candidata presidencial y anuncia su retiro estando en pleno dominio de la situación, pero tras dar el tiro de gracia al viejo sistema priista que, en su agonía, buscó resistir con el apoyo de sus adversarios originales: el PAN y el PRD.

El nuevo liderazgo de Morena y con muchas posibilidades de ser también quien asuma la presidencia de México en 2024 tras las elecciones de este año, tendrá que desempeñar su papel con un estilo diferente de gobernar de AMLO, pero con el mismo proyecto. Es verdad que ya no llegaría a tomar la plaza sino a consolidar lo ya logrado para avanzar en el ejercicio del poder, en el contexto del inicio de un nuevo régimen que aún debe demoler mucho del viejo y avanzar en la construcción del nuevo.

Y si en el pasado autoritario la sucesión presidencial se daba dentro del mismo partido autoritario y a falta de la legitimidad que dan las elecciones genuinas, se requirió que la transferencia del poder implicara algún tipo de ruptura entre quien concluía su sexenio y quien le sucedía para marcar el inicio del nuevo ciclo sexenal. Sin embargo, en el contexto actual, esa parte de los viejos usos y costumbres ya no pareciera ser necesaria y lo apropiado sea lo contrario: soldar el sexenio que acaba con el nuevo, pues la legitimidad de ese nuevo liderazgo de Morena se ganará en la elección frente a una oposición genuina. De ser ese el caso, la posición de la candidata de Morena transformada en presidenta quedaría avalada no por una ruptura interna a la antigua sino por el resultado de una elección genuinamente competitiva y por el compromiso público y repetido de AMLO de retirarse con su carisma intacto para empezar a entrar a la historia y enfrentar sus múltiples y divergentes juicios.

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P.D. Si la interpretación anterior es aceptada, entonces el intento de AMLO de introducir 20 modificaciones a la constitución en la etapa final de su mandato se explica no como un acto inútil si la oposición las anula, ni tampoco como un tipo de “Maximato”  para limitar el campo de acción de la sucesora, sino como una inversión productiva de una parte del gran capital político acumulado por AMLO para facilitar el arranque del nuevo sexenio en su tarea difícil pero insoslayable de dar dirección y contenido desde la izquierda al proceso de construcción de la nación.

Y esa tarea requiere ya no del carisma, pero sí de la voluntad y la capacidad de mantener viva la capacidad de movilización para defender la plaza y continuar con la inacabable tarea de construir y reconstruir a la nación.

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TENSIÓN EN POZA RICA

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A S I E S !

Por Mario NORIEGA VILLANUEVA

Parece nada pero que Poza Rica está en tensión porque puede ser objeto de un nuevo fraude electoral, eso, mi quien lo dude y conforme a lo que se dice en Xalapa y concretamente en el Consejo Estatal del organismo público local electoral desde donde se dio la orden de posponer para el sábado 7 de este mes, los casos que se ven «difíciles», sin más ni más, solo están creando un conflicto social que hoy con un presunto fraude que se ventila, hizo pensar a la ciudadanía que esa fue una jugarreta esperando que el pueblo estalle, para tomar otro tipo de medidas e imponerse sobre la voluntad de una mayoría de votantes.

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En verdad, deseamos y pedimos que no se vaya a provocar uns situación de gravedad, a lo que contrariamente se dio en el consejo municipal del OPLE desde los resultados preliminares y hasta la lectura final del total de la votación, con el triunfo al MC pero hubo por ahí «algo» que hizo anunciar otra cosa muy diferente a lo mandatado por los votantes que así como en tiempos del PRI, determinaron por sobre el voto mayoritario, se llevaran los paquetes electorales a , Xalapa, donde generalmente se tuercen los resultados para imponer a quien les ordenan «de arriba» que así se haga sin importarles las reacciones que una mala decisión puede causar, total a ellos no les importa nada que no sea salirse con la suya.

Esta vez sin embargo, el pueblo que decidió el domingo primero de este junio, a quien quiere para presidente municipal, se muestra muy molesto y decidido como nunca antes cuando lo tenían dominado y se hacía lo que sus enemigos quisieron.

Por eso la tensión puede estallar porque los votantes defenderán su sufragio, ante todo y es a lo que nadie que actúe con honradez, pudiera querer.
Sugerencias, criticas y comentarios; marionoriegav8@gmsil.com

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Trump pierde a jueces

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Opinión de José Carreño Figueras | El Heraldo de México |

El debate en torno a jueces politizados, partisanos o ideologizados ocurre en todo el mundo, especialmente en México luego de la elección judicial del domingo, pero se da también en momentos en que se registra un creciente distanciamiento entre el presidente Donald Trump y el Poder Judicial en Estados Unidos.

La sorpresa no está en los choques de Trump con jueces liberales, sino sus cada vez más frecuentes choques con jueces conservadores, incluso muchos que él mismo nombró durante su primer mandato (2016-2020), y que siguen una doctrina literal de aplicación de la letra de la ley sin consideraciones políticas. En el papel Trump, parecería estar en una situación muy favorable: disfruta de una ventaja considerable en los tribunales federales, especialmente la Suprema Corte.

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De aquellos, 1,700 en total, nombró ya a 234, pero de los nueve jueces supremos, seis son conservadores, incluso tres designados por él, y tres son considerados como liberales. Trump, sin embargo, parece convencido de que esa situación le permite manejarse con «manga ancha» y prescindir de la supervisión judicial o, simplemente, tener su acuerdo de antemano.

Pero no ha sido así. De acuerdo con Paul Collins, profesor de Estudios Legales y Políticos de la Universidad de Massachussetts-Armherst, «aunque pueda parecer extraño que los jueces nombrados por Trump estén fallando en su contra, en realidad no lo es tanto. En cambio, es un ejemplo de lo que sucede cuando un presidente se extralimita en su autoridad y adopta posturas legales que ni siquiera sus propios jueces designados pueden respaldar». De hecho, parece una conclusión compartida por analistas conservadores, no necesariamente pro-Trump.

Durante su primer régimen, Trump se apoyó en las recomendaciones de la Sociedad Federalista, un grupo de abogados de ideología conservadora, que presenta ahora como empeñada en adelantar por separado sus propias ambiciones y agenda en vez de las posiciones del gobierno.

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Pero la agrupación fundada en 1982 ha sido definida como una agrupación «organizada más en torno a un enfoque judicial compartido que a lealtades personales» y renuente a la intimidación. «Es probable que los jueces simpatizantes de la Sociedad Federalista perciban el ataque de Trump como lo que realmente es: un rechazo a la idea de que incluso los jueces afines deberían poder frenarlo, y una promesa de no nombrar más que aduladores sin principios en el futuro», aseguró el analista Andrew Egger, de la publicación conservadora cibernética The Bulwark (El Baluarte).

Trump, sin embargo, ha tenido triunfos significativos, como el apoyo que el año pasado le dio la Suprema Corte al aprobar una redefinición del concepto de inmunidad presidencial que le permitió cubrirse legalmente y escapar a acusaciones sobre su presunta responsabilidad en el motín del seis de enero de 2021. Para Trump no es suficiente ahora que sus decisiones enfrenten rechazo judicial a decisiones sobre universidades, despidos del gobierno federal, deportaciones masivas y tácticas policiales de mano dura.

POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS

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COLABORADOR     JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM

@CARRENOJOSE

 

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Mundial 2026. La magistral jugada estadounidense… y México de comparsa

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Opinión de Eduardo Gaytán Mendieta | Expansión |

Exactamente dentro de un año el balón rodará en el Mundial de 2026. Una Copa del Mundo histórica, sí, pero no por las razones que en México nos quieren vender. Nos han repetido hasta el hartazgo que seremos la primera nación en organizar tres Mundiales. Lo que no dicen es que esta tercera vez seremos apenas un actor de reparto; no el protagonista, ni siquiera el antagonista. México aparece como comparsa de una jugada maestra de negocios, concebida y ejecutada con precisión quirúrgica por Estados Unidos.

La candidatura “United 2026” fue una estrategia brillante en la que el país de las barras y las estrellas no solo consiguió quedarse con el pastel, sino además hacer que México le ayudara a hornearlo. Y claro, de paso y con gusto compartir algunas migajas. Estados Unidos aprovechó la pasión futbolera de nuestro país, su peso simbólico ante la FIFA y su condición de puente cultural con América Latina para construir una candidatura irrefutable. ¿El resultado? 78 de los 104 partidos se jugarán en suelo estadounidense. Canadá, un país sin tradición futbolera, tendrá 13, y México, el único de los tres con fútbol en las venas, 13 también; dicho sea de paso, ninguno más allá de los octavos de final. Lo repito para que quede claro: ningún partido de cuartos, semifinales y mucho menos la final se jugará en México. La gran fiesta del fútbol pasará por nuestro territorio como un desfile de luces del que apenas veremos el reflejo. Ah, pero claro, tenemos la inauguración; premio de consolación. Realidad brutal para quienes aún creen que México “co-organiza” el Mundial. Esto suena bien en discursos políticos y spots promocionales, pero no resiste un análisis serio. No hay co-organización posible cuando uno pone los estadios, los aficionados y la pasión, y el otro se queda con los negocios, el calendario y la gloria. Estados Unidos no compartirá el Mundial: lo administrará. Cuando de negocio se trata, ellos mandan. Y el negocio es monumental. Con la expansión a 48 selecciones, el torneo pasará de 64 a 104 partidos, incrementando los ingresos por derechos televisivos, patrocinadores y venta de boletos de forma exponencial. Con la venta de entradas y derechos de transmisión generará más de 7,000 millones de dólares (2.5 veces el PIB de Belice), según estimaciones preliminares. El 75% de esos partidos, con su respectivo valor comercial, se jugarán en nuestro vecino país del norte; lo demás es utilería. Canadá y México son apenas escenografía, piezas necesarias para dar credibilidad a una propuesta que, sin ellos, habría sido (probablemente) rechazada por la FIFA ante las nuevas exigencias geopolíticas de inclusión regional. Y mientras que, ciudades como Nueva York o Los Ángeles se frotan las manos para cada una recibir una derrama cercana a los 500 millones de dólares, en México ya comenzaron las alertas, especialmente con el hospedaje. La Ciudad de México, que recibirá apenas cinco partidos, espera a cinco millones de visitantes; una cifra que rebasa por mucho la capacidad hotelera de 54,000 habitaciones disponibles, (de acuerdo con la Asociación de Hoteles de la Ciudad de México). ¿Estamos preparados? ¿Tenemos la infraestructura, la movilidad, la seguridad, los servicios para responder a esa demanda? La respuesta, incómoda pero necesaria es: no. México tiene estadios, sí. Tres grandes sedes: el Estadio Azteca, (aún en remodelación y una prohibición de cambio de nombre por parte de la FIFA, por cierto), el BBVA en Monterrey y el Akron en Guadalajara, pero mostró muy poco músculo político y económico para influir en el diseño del torneo, y bajó la voz en la repartición de los partidos clave. No es un Mundial compartido. Es el Mundial estadounidense, con licencia simbólica para que México presuma ser “triple sede histórica”. El resto es marketing. La narrativa triunfalista que desde ya promueven autoridades y medios de comunicación es, en el mejor de los casos, ingenua; en el peor, cínica. Nos vendieron una fiesta que no organizamos. Nos prestaron una etiqueta que no nos pertenece. Y ahora, nos piden que celebremos como si verdaderamente fuéramos protagonistas.

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México debe aspirar a mucho más. Si íbamos a compartir la Copa, debimos negociar en serio. Elevar considerablemente el número de partidos, exigir ronda de cuartos y semifinales, garantizar beneficios comerciales tangibles, asegurarnos una porción real del control organizativo. No se hizo. Y hoy, a 12 meses del silbatazo inicial, solo queda la parafernalia. El Mundial de 2026 será un éxito…para Estados Unidos que entendió perfectamente el valor comercial del futbol, y que supo usar a México como palanca emocional para acceder a él. A nosotros nos toca mirar, aplaudir… y pagar la cuenta. El futbol es negocio. Y en este negocio nos tocó ser extras. ______ Nota del editor: Eduardo Gaytán Mendieta (X: @legaytane) es un comunicólogo y estratega en medios de comunicación, CEO y fundador de la agencia E3 Media. Ha colaborado en diversos medios de comunicación como Imagen Televisión, Televisión Mexiquense y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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