Columnas
Trump, entre el fentanilo y el alcohol

Opinión de Alejandro Calvillo
La campaña de Donald Trump, como la de otros fascistas de cualquier ideología, busca encontrar su fuerza en unir a los votantes bajo el odio contra un enemigo externo. En este caso, el enemigo externo son los migrantes, donde ocupan un primer lugar los mexicanos. Para ello, asocia a los migrantes con el narco, con el grave problema del tráfico de drogas en su país, con la inseguridad y la violencia. En el discurso de Trump, el problema para Estados Unidos son los migrantes. No habla del problema del consumo de drogas por los estadounidenses ni de la razón de este consumo; habla del tráfico, porque el primero es un problema interno que expone el deterioro de la sociedad estadounidense, mientras que el segundo es externo. Se evita hablar del deterioro social que se vive en ese país, que se puede expresar en datos duros de mortalidad. Por ejemplo, en solamente 10 años, las muertes sumadas por alcohol, drogas y suicidios pasaron de poco más de 104 mil en 2011 a más de 209 mil en 2021. En 10 años se duplicaron estas muertes, todas ellas prevenibles.
La descomposición social en los Estados Unidos es profunda y, en ella, las adicciones juegan un papel fundamental. En el tema del daño de las drogas dentro de los Estados Unidos, se evade nombrar aquellas que están producidas, distribuidas y comercializadas por las grandes corporaciones, cuya producción y consumo son legales y están normalizados. No se trata aquí, pongámoslo claro, de la prohibición de las drogas; algunas sí deben serlo, pero no todas. Se trata de distinguir el daño que tienen cuando estas entran en la lógica comercial no regulada de las corporaciones, que tienen por único fin aumentar su consumo para aumentar ganancias y ejercer el poder al máximo para no ser reguladas.
Sabemos bien, como lo expone la gráfica que presentamos, que las muertes por sobredosis de drogas en los Estados Unidos se han disparado de menos de 20 mil en 1999 a más de 107 mil en 2022, y el papel que ha jugado el fentanilo. Habrá que recordar que la adicción a los opioides fue provocada por una mafia de farmacéuticas, médicos sin consciencia y grandes cadenas de farmacias. Esas decenas de miles de personas a las que estas corporaciones volvieron adictas a los opioides fueron el caldo de cultivo para el fentanilo.
El discurso de odio alimentado por Trump se dirigirá, en el caso de las drogas, a las ilegales, sin tocar los intereses de las grandes corporaciones de las drogas legales. Se centrará en el tráfico de estas drogas desde México, en decir que son los mexicanos los responsables, en que los migrantes son los principales delincuentes y traficantes. Sin embargo, hay otra sustancia psicoactiva, legalizada, normalizada, manejada por grandes corporaciones, ampliamente publicitada y disponible, considerada por el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) como “una de las principales causas de muerte prevenibles” y que está alcanzando cifras históricas en los Estados Unidos. Nos referimos al alcohol.
En los Estados Unidos no se habla en las campañas políticas de que las muertes por alcohol llegaron en 2022 a 178 mil, muy por encima de las 107 mil por sobredosis de drogas. En los Estados Unidos hay más de 29 millones de personas con consumo dañino de alcohol. El consumo de alcohol ha estado asociado a 4 de cada 10 actos de violencia, a 4 de cada 10 accidentes fatales vehiculares y 4 de cada 10 personas que delinquieron y estaban en prisión declararon haber cometido el delito habiendo consumido alcohol.
Sin duda, el gobierno estadounidense tiene que actuar frente al inmenso reto que representan las muertes por sobredosis de drogas y, en especial, frente al fentanilo. Sin embargo, tiene que enfrentar el consumo de alcohol entre los estadounidenses y sus consecuencias, que se extienden a la violencia de género, intrafamiliar y comunitaria, con lo que esto representa en la descomposición familiar y comunitaria tan extendida en ese país.
Pero de eso no se habla en las campañas. El modelo neoliberal heredado de Reagan y Thatcher ha tenido muy graves consecuencias en los Estados Unidos, generando crisis muy profundas al desechar las políticas regulatorias en el mercado, tan necesarias para enfrentar las principales causas de enfermedad y muerte en ese país (ultraprocesados, alcohol, tabaco), así como para enfrentar la descomposición social extrema. En solamente un año aumentaron en 12% las personas viviendo en las calles en los Estados Unidos, superando la cifra de 650,000. Y no hay políticas definidas para enfrentar el tema de la vivienda. Madres solteras, trabajadores que sufren enfermedades crónicas, múltiples circunstancias provocan que las personas, incluso trabajando, no puedan pagar un alquiler, y si tienen vivienda, no puedan pagar la factura de calefacción, etc.
El enojo existente es mucho en una sociedad que está en crisis, donde las esperanzas se pierden, donde no hay más permeabilidad social, donde aumentan las desigualdades, donde la falta de cobertura social en salud, educación y vivienda se ha convertido en un factor de marginación. Este enojo es fácilmente manipulado en odio contra un enemigo externo, desviando ese enojo del sistema que ha creado las condiciones de deterioro.
La crisis en los Estados Unidos es una crisis profunda del sistema neoliberal que, en palabras de Robert Reich, exsecretario del trabajo de Clinton, se trata ya de un sistema dominado por las grandes corporaciones que ha destruido los avances que se habían dado mejorando las condiciones de los trabajadores, aumentando la cobertura en salud, y ofreciendo alternativas educativas que permitían la permeabilidad social. Ahora, las demandas de esas políticas de cobertura social son etiquetadas de comunistas, desde los trumpistas hasta los mileistas.
Lo que está en juego es la posibilidad de ejercer cierto control o no sobre el poder político. Es la posibilidad de encaminar, dirigir las políticas públicas hacia el bienestar común o dejarlas al juego de los poderes políticos y corporativos, lo que llaman la mano invisible del mercado, que no es más que la mano de la oligarquía político-corporativa. Sabemos que las corporaciones y los poderes económicos tienen una fuerte injerencia sobre el partido republicano y también sobre el demócrata, pero hay diferencias que pueden ser muy significativas para México y las minorías en los Estados Unidos, que ya no son tan minorías. Y que estas diferencias son también importantes para el planeta y el futuro. Pensemos en la expulsión masiva de migrantes, en el establecimiento de altos aranceles a los productos de México, pensemos a otro nivel, en la falta de todo compromiso frente al cambio climático, etcétera, etcétera. La elección en Estados Unidos tendrá un fuerte impacto en México. Esperemos que este no sea el trumpiano y que la mayoría de la población estadounidense entienda dónde está el origen de sus problemas.
Columnas
Yunes: el colmilludo que juega con todos

Opinión de Sofía García | El Heraldo de México |
Como era de esperarse, Miguel Ángel Yunes Márquez no se quedó quieto. Aunque se dice independiente —porque no le quedó otra— opera para varios, en privado, sin importar los colores, y es sabido que no son de fiar, por lo que Morena no puede confiarse. El senador veracruzano ha sostenido reuniones con panistas locales para asegurarles su respaldo en algunos municipios, mientras mantiene canales abiertos con el partido guinda. Tiene un pie en cada lado del río. Colmillo político, le llaman. O conveniencia descarada.
Pero ese juego doble no ha salido gratis. En Veracruz, el chapulineo ha hecho más ruido que las propuestas. En Xalapa, la oposición se desfondó antes de empezar: el PAN y PRI postularon candidatos que, según su propia militancia, no tienen con qué dar la pelea. Maribel Ramírez Topete, exdiputada de Movimiento Ciudadano, es reconocida como buen perfil, pero sin estructura. Y Silvio Lagos, ex diputado federal y notario, arrastra el lastre de su pasado con sus cercanos Fidel Herrera y Javier Duarte.
En el puerto, Morena apuesta a quitarle el bastión al PAN. Pero el apoyo tácito de Yunes a la 4T fracturó al panismo, abrió grietas internas y dejó a muchos sin brújula. En medio del reacomodo, quien más fuerza ha ganado es la propia gobernadora Rocío Nahle. Tras celebrar el fracaso de Yunes de sumarse oficialmente a Morena, Nahle ha movido sus fichas y colocado a perfiles cercanos en plazas clave. En Boca del Río, impuso a Bertha Ahued, quien además del respaldo del aparato estatal, carga con el apellido de Ricardo Ahued Bardahuil, actual secretario de Gobierno.
El PAN todavía podría retener Boca del Río, pero ya no será un paseo. Morena empieza a hacerles ruido, en un municipio donde antes ni pintaban.
Y mientras la lucha local se tensa, a nivel federal Rocío Nahle enfrenta otro frente: el desastre de Dos Bocas. La refinería estrella del sexenio pasado sigue sin refinar. Tres años después de su “inauguración”, apenas alcanza 48 mil barriles diarios, lejos de los 340 mil prometidos. Y para llegar a esa meta, aún necesita una inversión extra de mil millones de dólares para infraestructura que, en su momento, nadie contempló.
Incluso la presidenta Claudia Sheinbaum pidió, desde finales del año pasado, auditar, acelerar pagos a proveedores y frenar el despilfarro. La obra, que debía costar 8 mil millones de dólares, ya supera los 20 mil millones. Y el costo político apenas comienza.
FISCALÍA DE SLP AMENAZA A MADRES VÍCTIMAS DE VIOLENCIA VICARIA
En San Luis Potosí, la Fiscalía no solo ha sido omisa frente a casos de violencia vicaria, también ha amenazado e intimidado a las madres que buscan justicia. Sí, a quienes tienen la custodia legal de sus hijos y que aun así han tenido que salir a las calles porque sus hijos fueron sustraídos por sus exparejas.
Mujeres marcharon en la capital potosina
para exigir el regreso de sus hijos, quienes fueron arrebatados sin que la autoridad actúe. La respuesta de la
Fiscalía General del Estado de SLP,
de acuerdo con las víctimas, ha sido con
evasivas legales y, lo más grave, amenazas.
Uno de los casos más recientes es el de
Ian Yael Escobedo Juárez,
de diez años, sustraído por su padre el 21 de marzo. Su madre,
Daniela Martínez
, permitió que conviviera con él. No volvió a saber nada de él. La Fiscalía emitió una ficha de búsqueda, sí, pero ha sido incapaz de recuperarlo. Otro, es el caso de
Alanna Sofía Ortiz Guerrero
, de cinco años, quien también fue sustraída el 12 de febrero. La madre y la abuela saben dónde está, lo han denunciado. En plena protesta, con presencia de colectivas y medios, funcionarios de la
FGJESLP ofrecieron diálogo a puerta cerrada
, desde adentro se menciona que la fiscal
María Manuela García Cázares
minimiza porque tiene otras prioridades. “Es un problema familiar”, dijo ante la prensa. No. No es un asunto privado.
Es un delito. Tal vez la fiscal no lo sepa.
Nos vemos a las 8 por el 8 POR SOFÍA GARCÍA
COLABORADORA
@SofiGarciaMX
Columnas
La impunidad mexicana

Opinión de Gustavo Rentería | El Heraldo de México |
La corrupción es un mal que aqueja a prácticamente todas las naciones. El manejo de multimillonarios recursos públicos le ofrece fácilmente a los encumbrados en el poder a quedarse con porcentajes de todo ese dinero utilizado. No estamos diciendo que esté bien, pero la mayoría de los que buscan altas posiciones, no es para trabajar por los demás, no nos chupemos el dedo a estas alturas. Claro, hay honrosas excepciones en todo el orbe.
El verdadero problema es la maldita impunidad. Es decir, quien la hace, aquí no la paga. Un buen ejemplo es el caso Odebrecht. Latinoamérica reaccionó rápidamente y México sigue navegando en la impunidad. Esta región del planeta investigó y castigó; pero aquí, se protegió y nadie pagó los platos rotos.
Luiz Inácio Lula da Silva (presidente de Brasil) fue condenado en 2017 por recibir dinero en efectivo de funcionarios de la empresa. Se habla de 4 millones de dólares. Su condena fue anulada, pero tuvo que regresar el dinero.
Alejandro Toledo (presidente de Perú) fue condenado, en 2024, a 20 años de prisión por recibir 35 millones de dólares. A cambio, dio concesiones para construir y operar carreteras.
Pedro Pablo Kuczynski (presidente de Perú) vive en arresto domiciliario -por su edad- por lavado de activos para la empresa brasileña.
Alan García (presidente de Perú) ya fallecido, también recibió sobornos para que Odebrecht construyera el metro de Lima. Se suicidó en abril de 2019, cuando la policía llegó a detenerlo.
Keiko Fujimori (candidata presidencial de Perú) lavó activos y vive en prisión preventiva por recibir 1.2 millones de dólares de la empresa.
Jorge Glas (vicepresidente de Ecuador)
fue condenado en 2017 a seis años de prisión. Fue liberado en 2022.
Juan Manuel Santos (presidente de Colombia)
fue acusado por recibir sobornos de la empresa; fue absuelto por falta de pruebas, pero todos los señalan como culpable.
Ricardo Martinelli (presidente de Panamá)
lavó activos por 6 millones de dólares, a cambio de ofrecer a Odebrecht el metro de la ciudad.
Mauricio Funes (presidente de El Salvador)
huyó a Nicaragua acusado de enriquecimiento ilícito gracias a la empresa.
Otto Pérez Molina (presidente de Guatemala)
financió su campaña con 32 millones que llegaron en un avión desde São Paulo. Y
Ollanta Humala (presidente de Perú)
fue condenado ayer a 15 años de prisión, junto con su esposa, por recibir 3 millones de dólares para financiar su campaña. Aquí en nuestro país,
Emilio Lozoya es el único menso señalado. No quiere abrir la boca.
¿Ya está claro que en México impera la impunidad?
COLOFÓN:
*Fui testigo del
Zócalo Ciudadano
#24. La Jefa de Gobierno,
Clara Brugada
, el Secretario de Gobierno,
César Cravioto
, y prácticamente todo el Gabinete,
atienden directamente a quien se acerque.
*Hasta el domingo 27 en la CDMX hay un
gran despliegue de seguridad con motivo de la Semana Santa.
*Casi
15 mil elementos, con 268 vehículos, 40 motos, cinco grúas, 22 ambulancias, y un helicóptero
protegiendo a los turistas. POR GUSTAVO RENTERÍA
COLABORADOR
GUSTAVO@GUSARTELECOM.COM.MX X: @GUSTAVORENTERIA
Columnas
La amenaza armada

Opinión de Mauricio Merino | El Universal |
Me gustaría escribir que no existe la más mínima posibilidad de que el gobierno de los Estados Unidos tenga una incursión militar en México, pero no sería verdad. De hecho, ha sucedido varias veces. No me refiero a la guerra y la invasión de 1846 que terminó, un tristísimo 2 de febrero de 1848, con la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano; ni a la llamada “expedición punitiva” organizada para castigar la incursión de Pancho Villa a Columbus, Nuevo México, en 1916.
No. Hablo de intervenciones mucho más recientes, como la del secuestro de Ismael “El Mayo” Zambada, que desató la guerra entre bandas enfrentadas que ha bañado de sangre y de zozobra a Sinaloa. No hace mucho, supimos de la operación llamada “rápido y furioso” que distribuyó armas entre organizaciones criminales para rastrear sus usos y destinos y acabó perdiéndoles el rastro y expandiendo la violencia en territorio mexicano. Hoy sabemos que hay drones militares volando sobre México, pero no sabemos para qué ni tampoco qué secuelas vendrán tras ellos.
Los Estados Unidos siempre han tenido un doble rasero moral para juzgar lo que toleran en su territorio y lo que hacen fuera de él. De hecho, ha sido la única democracia del mundo que ha combatido a otros regímenes igualmente democráticos para hacer prevalecer sus intereses. Ahora que estamos recordando a Eduardo Galeano a diez años de su muerte, bastaría volver a leer Las Venas Abiertas de América Latina para constatar que esas intervenciones americanas (¿antiamericanas?) han sucedido una y otra vez a lo largo de nuestro continente. La democracia más poderosa del planeta ha preferido convivir con dictaduras más o menos sometidas que negociar con otras democracias consolidadas.
Por otra parte, el presidente Donald Trump ha mostrado que es un ludópata del poder y la política. Su afición por los casinos es una metáfora de su forma de entender el mundo: para él, todo es un juego que gana quien apuesta con más fuerza y convicción porque sabe esgrimir sus “leverage” (su influencia, sus palancas, su poder). Hasta ahora, sus fichas se han ceñido al tablero de los aranceles. Pero ya anticipó hasta dónde estaría dispuesto a llegar al designar a seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales y revelar, con desparpajo, que la Casa Blanca no ha descartado ninguna opción para enfrentar a esas organizaciones a quienes se culpa del tráfico de fentanilo.
Si el presidente Trump decidiera intervenir con armas para detener a algunos capos de los cárteles o para destruir laboratorios, casas de seguridad o campos de adiestramiento en territorio mexicano, pondría al gobierno de Claudia Sheinbaum entre la espada y la pared y nos llevaría, como país y como región, a una situación apenas comparable con las que vivimos en el Siglo XIX. La tecnología de esa intervención violenta sería distinta, pero la motivación y la reacción serían las mismas. En materia de poder, casi nada ha cambiado.
De ahí que, aunque una decisión de esa magnitud fuese aplaudida por la mayoría en los Estados Unidos, no tengo ninguna duda de que en México sería reprobada de manera casi unánime. De suceder, renacería el nacionalismo de bandera, tequila y canto; y los cárteles, cuya fama pública se ha ido arraigando tanto como sus redes y tentáculos (véase nomás el éxito de los corridos tumbados), podrían acabar convertidos en héroes patrios para el imaginario popular. Y si Trump quisiera insistir en que esa intervención habría respondido a la complicidad entre el gobierno mexicano y las organizaciones criminales, las consecuencias serían funestas.
No es imposible que eso suceda ni que los esfuerzos diplomáticos de México para lidiar con el ludópata sean traicionados. Pero en ese juego, todos acabaríamos perdiendo.
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Las Candidaturas: Voluntad política