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China-EU: cuando la guerra comercial deja de ser solo comercial

Opinión de Mauricio Meschoulam | El Universal |
Hace unos días, un colega preguntaba si una guerra comercial como la que estamos viviendo podía incrementar el riesgo de conflictos armados. En ese momento me apresuré a responder que sí existen casos históricos para respaldar esa posibilidad, pero que no estamos aún en ese punto. Aunque los conflictos entre Estados-Nación han aumentado en la última década, los conflictos entre superpotencias (como China-EU) siguen siendo considerados como riesgos limitados por ahora. Lo que hace la guerra comercial es añadir una gota al vaso. Aunque pasados 10 días de esa conversación sigo pensando de forma similar, también he repensado parcialmente esa respuesta, especialmente tras observar la espiral ascendente, así como la intensidad y agresividad que la confrontación EU-China está adquiriendo en estos días. Todo ello parece exhibir una dinámica con vida propia que, de seguir escalando, podría salirse de las manos de todas las partes. En el texto de hoy explico por qué.
Primero, como ya lo escribí hace poco, lo que estamos viendo en estos momentos entre EU y China se puede entender mejor a través de la teoría de la guerra y la racionalidad bélica, que a través de otros instrumentos explicativos que se limitan al comercio o la economía. Las conductas y dinámicas que estamos observando, tienen que ver con la aplicación de la fuerza, mediante la implementación de tácticas ideadas para exhibir que las partes están dispuestas a seguir aplicando esa fuerza a pesar de los costos que ello conlleve para sus propios países. Ninguno de los dos países, hasta este momento, parece dispuesto a ceder. Algo que en el argot de teoría de juegos se conoce como un “juego de gallina”. Ambos actores saben que el continuar la confrontación resultaría catastrófico, pero ninguno de esos dos actores está dispuesto a conceder dado que ello le humillaría o desprestigiaría. Es decir, tal como ocurre en un conflicto armado, estamos ante una competencia de voluntades y de nervios que activan una lógica de acción-reacción y, por tanto, una espiral ascendente de violencia (entendida la violencia como una forma de interacción humana caracterizada por la agresión, la cual produce daños materiales, psicológicos, simbólicos o estructurales). Las espirales ascendentes frecuentemente adquieren una especie de vida propia y pueden salirse de las manos de los individuos que las activaron.
Segundo, la rivalidad China-EU va mucho más allá de lo comercial. Estamos hablando de la confrontación creciente entre un poder existente y un poder en ascenso, lo que se conoce como la trampa de Tucídides. Sin embargo, no se trata solo del ascenso material del poder emergente, sino el sentimiento de amenaza percibida dentro de Washington. Para entender esto último, nada mejor que el discurso que pronunció en 2018 el entonces vicepresidente de EU, Mike Pence, en el Instituto Hudson.
Algunos de los aspectos centrales de ese discurso fueron: (1) La concepción de que China está empleando un esfuerzo dirigido desde el gobierno que involucra a toda la administración pública, agencias y ministerios, para conseguir sus intereses de influencia global y específicamente profundizar su influencia en los EU. Esta serie de acciones conducidas desde el Estado, incluye instrumentos políticos, económicos y militares, además de propaganda y una guerra informativa; (b) La concepción de que este esfuerzo proactivo por parte de Beijing para ejercer influencia e interferir en la política interna estadounidense está siendo desplegado como nunca antes en el pasado y de manera cada vez más clara; (c) La concepción de que la búsqueda de influencia china no se limita a su propia región— Asia—sino que pretende expandirse hacia otros continentes; (d) Una visión negativa del déficit comercial de EU a favor de China, así como de iniciativas económicas como el programa Made In China 2025, y de infraestructura global como la Iniciativa Franja y Ruta (BRI); (e) La concepción de que China utiliza el endeudamiento de otros países, el comercio, la inversión y los lazos económicos que tiene para avanzar sus propios intereses, lo que incluye el robo de tecnología, investigación, desarrollo e innovación o la presión en contra de diversos gobiernos, incluidos algunos latinoamericanos, para alinearse con la visión geopolítica y estratégica de Beijing; (e) La idea del riesgo que representa el que China esté aumentando su gasto militar como lo ha hecho en los últimos años, así como el expansionismo en sus mares colindantes; (f) Concretamente, la acusación directa de que Beijing impide las operaciones de “libertad de navegación” y “acosa” a los navíos estadounidenses en “aguas internacionales”; (g) La concepción de China como un estado autoritario, espía, violatorio de los derechos humanos, opresor de las minorías y de su propio pueblo, y (h) De todo lo anterior se sigue la necesidad que tiene Washington de tomar pasos firmes para enfrentar cada una de esas estrategias de Beijing.
Esta percepción, que podríamos considerar ha permeado en distintos grados la mayor parte de los círculos políticos en EU, ha derivado en un consenso bipartidista acerca de que China debe ser contenida (aunque hay muchos matices en las tácticas a ser implementadas). El resultado ha sido no solo una rivalidad sino una confrontación abierta que incluye pero que no se limita a lo comercial. Por ejemplo, la competencia de ambas potencias por espacios de influencia en el mundo, la expansión china en sus mares colindantes y la decisión de Washington de contener esa expansión, además de la ciberguerra y guerra informativa que existe entre ambas potencias. Adicionalmente, desde hace muchos años, las dos superpotencias se encuentran en una carrera tecnológica y armamentista. De hecho, la evaluación que hizo el Pentágono desde 2017, fue que Washington estuvo demasiado tiempo distraída combatiendo al terrorismo (principalmente Al Qaeda e ISIS) y que de no cambiar el curso, Rusia y China bien podrían aventajar a EU en la carrera que señalo. Esto se ha traducido, además de la guerra comercial, en una guerra tecnológica entre ambas potencias.
En ese entorno podemos entender mejor los casos de Hong Kong y Taiwán. Para Beijing, el modelo de Hong Kong—Un País, Dos Sistemas—era una eventual posible solución que podría ser negociada para Taiwán. Sin embargo, a raíz de los movimientos de protestas masivas de Hong Kong, especialmente el de 2019, y las demandas prodemocracia que Beijing percibía como altamente influenciadas por Occidente, Xi Jinping llegó a la conclusión de que Beijing necesitaba repensar toda la estrategia. China aprobó una nueva ley de seguridad para Hong Kong e implementó una serie de medidas que fueron paulatinamente eliminando las posibilidades democráticas para el territorio. Era plena pandemia y Washington y el mundo estaban atendiendo otro tipo de prioridades, pero con ello, China mostró con claridad su mensaje.
El tema de Taiwán es incluso más sensible para China. Para Beijing, no se trata únicamente de una “isla” que “busca independizarse”. Por razones históricas, se trata del conflicto acerca de quién es realmente el legítimo representante de China. Por tanto, cualquier cuestionamiento de Washington a su propia postura oficial que consiste en la política de “Una sola China (con capital en Beijing)”, como sucede con las visitas de funcionarios estadounidenses a Taiwán, por no hablar del armamento y entrenamiento de EU al ejército taiwanés, se transforma en un tema inmediato de choque, de hecho, el más sensible de todos entre Washington y Beijing.
Así que considerando todo lo anterior, retomo el punto con el que inicié:
Si la espiral entre EU y China sigue escalando estamos frente a varias posibilidades. Dentro de ellas, existe un escenario en el que China podría sentirse altamente vulnerada por los efectos catastróficos que la guerra comercial podría tener para su economía, pero especialmente podría sentir que las opciones políticas para negociar con Washington se han agotado. En este escenario, China podría incrementar sus acciones expansivas en sus mares colindantes, probando la disposición de Trump a realmente respaldar a aliados con los que tiene pactos militares como Filipinas. Pero, sobre todo, Beijing podría ir paulatinamente incrementando los ejercicios militares—que ya se encuentran en niveles elevados—alrededor de Taiwán, así como sus amagues de bloquear a la isla. En otras palabras, sí hay escenarios plausibles consistentes en que, a partir de los efectos de la guerra comercial, asumiendo que no se llegue a algún acuerdo para detenerla, China incremente el tipo de acciones que tradicionalmente activan en Washington la decisión de contenerla.
La pregunta en estos tiempos sería si Trump tiene la voluntad y disposición de demostrar que EU respondería con determinación ante ese tipo de acciones por parte de Beijing. Sobre todo, considerando que justo el segundo día de ejercicios militares de China en la zona de Taiwán, Trump estaba imponiendo 32% de aranceles precisamente en contra de Taipéi (así como más del 20% en contra de otros aliados de la región como Japón). Si bien una parte de esos aranceles ha sido suspendida por 90 días, lo que ha quedado en esa zona del mundo es un fuerte sentimiento de incertidumbre y desconfianza hacia Trump.
Esa incertidumbre y desconfianza entre los aliados de EU, sumada a la espiral ascendente que se ha activado entre Washington y Beijing, son incentivos perfectos para que China siga adelante con acciones que rebasan el ámbito comercial, y que demuestran su disposición a usar su fuerza militar en su región.
Esa combinación de factores, es la que incrementa el riesgo de incidentes militares o choques limitados, especialmente si en Washington se toma la decisión de demostrar a China que la máxima superpotencia del mundo, sigue considerando Asia Pacífico como una región prioritaria en lo militar, y sigue determinada a contener la expansión china en esa y otras zonas del mundo.
Para ser claros y repitiendo lo que dije al inicio, las probabilidades de un conflicto armado mayor entre superpotencias nucleares siguen siendo enormemente bajas dados los impensables costos que esas superpotencias tendrían que pagar en caso de desatarse una guerra entre ellas, lo que, en un escenario catastrófico, podría incluir su propia destrucción. Sin embargo, la gota que la guerra comercial está añadiendo al vaso parece ser de una mayor magnitud de lo que inicialmente pensamos, por lo que detener la espiral y la lógica automática de acción-reacción, se vuelve una necesidad que rebasa con mucho al ámbito comercial.
Instagram: @mauriciomesch
TW: @maurimm
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TENSIÓN EN POZA RICA

A S I E S !
Por Mario NORIEGA VILLANUEVA
Parece nada pero que Poza Rica está en tensión porque puede ser objeto de un nuevo fraude electoral, eso, mi quien lo dude y conforme a lo que se dice en Xalapa y concretamente en el Consejo Estatal del organismo público local electoral desde donde se dio la orden de posponer para el sábado 7 de este mes, los casos que se ven «difíciles», sin más ni más, solo están creando un conflicto social que hoy con un presunto fraude que se ventila, hizo pensar a la ciudadanía que esa fue una jugarreta esperando que el pueblo estalle, para tomar otro tipo de medidas e imponerse sobre la voluntad de una mayoría de votantes.
En verdad, deseamos y pedimos que no se vaya a provocar uns situación de gravedad, a lo que contrariamente se dio en el consejo municipal del OPLE desde los resultados preliminares y hasta la lectura final del total de la votación, con el triunfo al MC pero hubo por ahí «algo» que hizo anunciar otra cosa muy diferente a lo mandatado por los votantes que así como en tiempos del PRI, determinaron por sobre el voto mayoritario, se llevaran los paquetes electorales a , Xalapa, donde generalmente se tuercen los resultados para imponer a quien les ordenan «de arriba» que así se haga sin importarles las reacciones que una mala decisión puede causar, total a ellos no les importa nada que no sea salirse con la suya.
Esta vez sin embargo, el pueblo que decidió el domingo primero de este junio, a quien quiere para presidente municipal, se muestra muy molesto y decidido como nunca antes cuando lo tenían dominado y se hacía lo que sus enemigos quisieron.
Por eso la tensión puede estallar porque los votantes defenderán su sufragio, ante todo y es a lo que nadie que actúe con honradez, pudiera querer.
Sugerencias, criticas y comentarios; marionoriegav8@gmsil.com
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Trump pierde a jueces

Opinión de José Carreño Figueras | El Heraldo de México |
El debate en torno a jueces politizados, partisanos o ideologizados ocurre en todo el mundo, especialmente en México luego de la elección judicial del domingo, pero se da también en momentos en que se registra un creciente distanciamiento entre el presidente Donald Trump y el Poder Judicial en Estados Unidos.
La sorpresa no está en los choques de Trump con jueces liberales, sino sus cada vez más frecuentes choques con jueces conservadores, incluso muchos que él mismo nombró durante su primer mandato (2016-2020), y que siguen una doctrina literal de aplicación de la letra de la ley sin consideraciones políticas. En el papel Trump, parecería estar en una situación muy favorable: disfruta de una ventaja considerable en los tribunales federales, especialmente la Suprema Corte.
De aquellos, 1,700 en total, nombró ya a 234, pero de los nueve jueces supremos, seis son conservadores, incluso tres designados por él, y tres son considerados como liberales. Trump, sin embargo, parece convencido de que esa situación le permite manejarse con «manga ancha» y prescindir de la supervisión judicial o, simplemente, tener su acuerdo de antemano.
Pero no ha sido así. De acuerdo con Paul Collins, profesor de Estudios Legales y Políticos de la Universidad de Massachussetts-Armherst, «aunque pueda parecer extraño que los jueces nombrados por Trump estén fallando en su contra, en realidad no lo es tanto. En cambio, es un ejemplo de lo que sucede cuando un presidente se extralimita en su autoridad y adopta posturas legales que ni siquiera sus propios jueces designados pueden respaldar». De hecho, parece una conclusión compartida por analistas conservadores, no necesariamente pro-Trump.
Durante su primer régimen, Trump se apoyó en las recomendaciones de la Sociedad Federalista, un grupo de abogados de ideología conservadora, que presenta ahora como empeñada en adelantar por separado sus propias ambiciones y agenda en vez de las posiciones del gobierno.
Pero la agrupación fundada en 1982 ha sido definida como una agrupación «organizada más en torno a un enfoque judicial compartido que a lealtades personales» y renuente a la intimidación. «Es probable que los jueces simpatizantes de la Sociedad Federalista perciban el ataque de Trump como lo que realmente es: un rechazo a la idea de que incluso los jueces afines deberían poder frenarlo, y una promesa de no nombrar más que aduladores sin principios en el futuro», aseguró el analista Andrew Egger, de la publicación conservadora cibernética The Bulwark (El Baluarte).
Trump, sin embargo, ha tenido triunfos significativos, como el apoyo que el año pasado le dio la Suprema Corte al aprobar una redefinición del concepto de inmunidad presidencial que le permitió cubrirse legalmente y escapar a acusaciones sobre su presunta responsabilidad en el motín del seis de enero de 2021. Para Trump no es suficiente ahora que sus decisiones enfrenten rechazo judicial a decisiones sobre universidades, despidos del gobierno federal, deportaciones masivas y tácticas policiales de mano dura.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE
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Mundial 2026. La magistral jugada estadounidense… y México de comparsa

Opinión de Eduardo Gaytán Mendieta | Expansión |
Exactamente dentro de un año el balón rodará en el Mundial de 2026. Una Copa del Mundo histórica, sí, pero no por las razones que en México nos quieren vender. Nos han repetido hasta el hartazgo que seremos la primera nación en organizar tres Mundiales. Lo que no dicen es que esta tercera vez seremos apenas un actor de reparto; no el protagonista, ni siquiera el antagonista. México aparece como comparsa de una jugada maestra de negocios, concebida y ejecutada con precisión quirúrgica por Estados Unidos.
La candidatura “United 2026” fue una estrategia brillante en la que el país de las barras y las estrellas no solo consiguió quedarse con el pastel, sino además hacer que México le ayudara a hornearlo. Y claro, de paso y con gusto compartir algunas migajas. Estados Unidos aprovechó la pasión futbolera de nuestro país, su peso simbólico ante la FIFA y su condición de puente cultural con América Latina para construir una candidatura irrefutable. ¿El resultado? 78 de los 104 partidos se jugarán en suelo estadounidense. Canadá, un país sin tradición futbolera, tendrá 13, y México, el único de los tres con fútbol en las venas, 13 también; dicho sea de paso, ninguno más allá de los octavos de final. Lo repito para que quede claro: ningún partido de cuartos, semifinales y mucho menos la final se jugará en México. La gran fiesta del fútbol pasará por nuestro territorio como un desfile de luces del que apenas veremos el reflejo. Ah, pero claro, tenemos la inauguración; premio de consolación. Realidad brutal para quienes aún creen que México “co-organiza” el Mundial. Esto suena bien en discursos políticos y spots promocionales, pero no resiste un análisis serio. No hay co-organización posible cuando uno pone los estadios, los aficionados y la pasión, y el otro se queda con los negocios, el calendario y la gloria. Estados Unidos no compartirá el Mundial: lo administrará. Cuando de negocio se trata, ellos mandan. Y el negocio es monumental. Con la expansión a 48 selecciones, el torneo pasará de 64 a 104 partidos, incrementando los ingresos por derechos televisivos, patrocinadores y venta de boletos de forma exponencial. Con la venta de entradas y derechos de transmisión generará más de 7,000 millones de dólares (2.5 veces el PIB de Belice), según estimaciones preliminares. El 75% de esos partidos, con su respectivo valor comercial, se jugarán en nuestro vecino país del norte; lo demás es utilería. Canadá y México son apenas escenografía, piezas necesarias para dar credibilidad a una propuesta que, sin ellos, habría sido (probablemente) rechazada por la FIFA ante las nuevas exigencias geopolíticas de inclusión regional. Y mientras que, ciudades como Nueva York o Los Ángeles se frotan las manos para cada una recibir una derrama cercana a los 500 millones de dólares, en México ya comenzaron las alertas, especialmente con el hospedaje. La Ciudad de México, que recibirá apenas cinco partidos, espera a cinco millones de visitantes; una cifra que rebasa por mucho la capacidad hotelera de 54,000 habitaciones disponibles, (de acuerdo con la Asociación de Hoteles de la Ciudad de México). ¿Estamos preparados? ¿Tenemos la infraestructura, la movilidad, la seguridad, los servicios para responder a esa demanda? La respuesta, incómoda pero necesaria es: no. México tiene estadios, sí. Tres grandes sedes: el Estadio Azteca, (aún en remodelación y una prohibición de cambio de nombre por parte de la FIFA, por cierto), el BBVA en Monterrey y el Akron en Guadalajara, pero mostró muy poco músculo político y económico para influir en el diseño del torneo, y bajó la voz en la repartición de los partidos clave. No es un Mundial compartido. Es el Mundial estadounidense, con licencia simbólica para que México presuma ser “triple sede histórica”. El resto es marketing. La narrativa triunfalista que desde ya promueven autoridades y medios de comunicación es, en el mejor de los casos, ingenua; en el peor, cínica. Nos vendieron una fiesta que no organizamos. Nos prestaron una etiqueta que no nos pertenece. Y ahora, nos piden que celebremos como si verdaderamente fuéramos protagonistas.
México debe aspirar a mucho más. Si íbamos a compartir la Copa, debimos negociar en serio. Elevar considerablemente el número de partidos, exigir ronda de cuartos y semifinales, garantizar beneficios comerciales tangibles, asegurarnos una porción real del control organizativo. No se hizo. Y hoy, a 12 meses del silbatazo inicial, solo queda la parafernalia. El Mundial de 2026 será un éxito…para Estados Unidos que entendió perfectamente el valor comercial del futbol, y que supo usar a México como palanca emocional para acceder a él. A nosotros nos toca mirar, aplaudir… y pagar la cuenta. El futbol es negocio. Y en este negocio nos tocó ser extras. ______ Nota del editor: Eduardo Gaytán Mendieta (X: @legaytane) es un comunicólogo y estratega en medios de comunicación, CEO y fundador de la agencia E3 Media. Ha colaborado en diversos medios de comunicación como Imagen Televisión, Televisión Mexiquense y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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