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Pemex “derrama” el dinero del erario, pero mejor hay que preguntar cuánto gana Loret 

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Acepte que el título es muy bueno.

Tacita de café con piquete y un cacho de rosca

Imagínese que un día usted despierta con las ganas de construir dos hermosas casas y se acuerda que tiene a un conocido contratista para hacerlas.

A este empresario usted le explica a detalle la casa de sus sueños y acuerdan poner manos a la obra, sin ningún anticipo y sin ningún contrato de por medio, sólo con la palabra empeñada.

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La primera casa que usted soñó inició su construcción con este procedimiento el día 10 de octubre del año 2017 y se la entregaron el 10 de febrero de 2018, en tan sólo cuatro meses.

La segunda casa que usted soñó inició su construcción el día 3 de abril del año 2019 y se la entregaron el día 30 de noviembre de 2019, en tan sólo siete meses.

Pero qué cree, que a usted se le olvidó que tenía un compromiso con su contratista y por su primera casa elaboró el contrato de ejecución de la obra dos años después, el día 20 de noviembre de 2020, y le costó $182′770,917.21; sí, ciento ochenta y dos millones, setecientos setenta mil, novecientos diecisiete pesos con 21 centavitos.

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Y el contrato para la construcción de su segunda casita se generó el día 28 de noviembre del año 2021, igualmente dos años después, por un monto de $188′387,839.40, ciento ochenta y ocho millones, trescientos ochenta y siete mil, ochocientos treinta y nueve pesos con cuarenta centavitos.

Un fuerte doble

Pues ahora debemos volver a la realidad y entenderá de lo que acaba de leer.

Tiene que ver con Pemex y cómo se evidencian con estos hechos la mala, por no decir pésima, administración de los recursos de los mexicanos; sí, de todos nosotros, derrochados por funcionarios públicos sin principios, sin escrúpulos, que llevan a la ruina a la empresa más importante del país.

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Los contratos a los que hago referencia son también para recuperar lo que está prohibido tirar o derramar, lo cual implica una doble falta administrativa.

Lo tiran, derraman y toleran las malas prácticas y el incumplimiento de procedimientos, para después comunicarse con su contratista favorito y adjudicarle de forma directa los contratos para la recuperación de los hidrocarburos.

El primer contrato, con No. 5400032541, celebrado con la compañía Coytra, SA de CV, consistió en “limpieza–saneamiento con recuperación de hidrocarburo en el área de efluentes (separador no. 6) del sector no. 4 en el interior de la refinería General Lázaro Cárdenas, en Minatitlán, Ver”.

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El segundo contrato, con No. 5200009572, celebrado con la compañía Comercializadora Semideg, SA de CV, que consistió en “limpieza, desazolve, recuperación de hidrocarburos, restablecimiento de la integridad mecánica, eléctrica, civil, almacenamiento, saneamiento y tratamiento de los lodos aceitosos en el sistema de efluentes, ubicado en el sector no. 4; en el interior de la refinería General Lázaro Cárdenas”.

El incumplimiento de los sistemas institucionales, SSPA, el manual de organización de Pemex y sus empresas productivas subsidiarias, la falta de auditorías y la política 98% lealtad y 2% competencia, están condenando a Pemex a la quiebra técnica. ¡Así de fuerte!

Ahora bien, lo interesante del caso es que la compañía Comercializadora Semideg, SA de CV, también ejecutó trabajos para la recuperación de hidrocarburos en las refinerías de Salina Cruz y Tula, y sus contratos fueron firmados posterior a la ejecución de los trabajos:

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Contrato 5400029655, ejecución del 17 de junio de 2017 al 9 de agosto (54 días) por $125′732,961.30; el 8 de diciembre de 2021 se firma el contrato para la contención, recuperación, limpieza y disposición de residuos derivados de la emergencia en el área de efluentes y área de almacenamiento de 500 mil, así como en el área de la ventosa y limpieza de drenajes de la Refinería Ing. Antonio Dovalí Jaime de Salina Cruz, Oax.

Contrato 5400029872, ejecución del 3 de octubre de 2017 al 19 de noviembre de 2017, por $78′926,172.84; el 15 de junio de 2018 se firma el contrato para la contención y limpieza de hidrocarburos en playa y estero de la ventosa Salina Cruz Oaxaca, así como disposición final de sólidos impregnados con hidrocarburos.

En la refinería de Tula, el contrato 5200009954, ejecución del 19 de abril de 2021 al 19 de octubre de 2021, por $171′467,705.30; el 24 de noviembre de 2021 se firma el contrato para la recolección, contención, saneamiento y recuperación de hidrocarburo en emisor central de la refinería de Tula (río Tula), incluyendo la restitución de integridad mecánica de activos del sistema aceitoso (cárcamos reguladores norte y sur), así como la recuperación de emulsión agua aceite en la laguna de estabilización del sistema aceitoso del área de efluentes en la refinería de Tula.

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Y esto no es todo, pues por lo menos tengo otros tres contratos iguales, pero en la Refinería Madero.

Cabe hacer un enérgico llamado de atención a la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente para que cumpla con su función de auditar, inspeccionar y sancionar a las instalaciones estratégicas de seguridad nacional por la presencia de hidrocarburos en los drenajes, cárcamos y lagunas, con el fin de evitar impactos al medio ambiente y daño al patrimonio de los mexicanos por los actos omisos, negligentes y premeditados de los funcionarios públicos.

Ya sé, ya sé que el agrónomo Romero y sus compañeros saldrán a decirme que los derrames siempre son accidentales; sin embargo, aquí hay mucho dinero tirado al drenaje. Y no es por echarle más limón a la herida, pero uno de los grandes negocios de Milo Lozoya y sus secuaces estaba en esta área. Con decirles que destinaban a la atención de “derrames” algo así como 18 mmdp y cuando llegó Carlos Treviño lo redujo hasta los 3 mmdd. Tal vez por eso lo involucró en su falsa denuncia, como venganza por haberle cerrado la llave a uno de sus “negocios”.

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Dicho lo anterior, ojalá la gente de la ‘4T’ de Pemex tenga evidencia de que en efecto hubo derrame, de que en efecto se atendió la contingencia, y que verificó que hay evidencia fotográfica, y que un responsable de Pemex pidió que se atendiera y que otro responsable de Pemex verificó que los trabajos se hicieron a satisfacción de Pemex y cumpliendo la norma de la ASEA.Escandalosamente y en resumidas cuentas hoy Pemex Transformación Industrial está derramando los recursos públicos al drenaje; ni siquiera en los tiempos funestos de Milo Lozoya eran capaces de desperdiciar tanto como hoy lo están haciendo. Esto es lo más parecido a un negocio fácil, que nadie ve, nadie suma, nadie checa, pero alguien se beneficia y en grande.

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La columna se publicó originalmente en El Financiero reproducida aquí con permiso de la autora.

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Lourdes Mendoza Peñaloza es una periodista mexicana especializada en finanzas, política y sociales, con más de 20 años de experiencia en medios electrónicos, impresos, radio y televisión.

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Trump pierde a jueces

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Opinión de José Carreño Figueras | El Heraldo de México |

El debate en torno a jueces politizados, partisanos o ideologizados ocurre en todo el mundo, especialmente en México luego de la elección judicial del domingo, pero se da también en momentos en que se registra un creciente distanciamiento entre el presidente Donald Trump y el Poder Judicial en Estados Unidos.

La sorpresa no está en los choques de Trump con jueces liberales, sino sus cada vez más frecuentes choques con jueces conservadores, incluso muchos que él mismo nombró durante su primer mandato (2016-2020), y que siguen una doctrina literal de aplicación de la letra de la ley sin consideraciones políticas. En el papel Trump, parecería estar en una situación muy favorable: disfruta de una ventaja considerable en los tribunales federales, especialmente la Suprema Corte.

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De aquellos, 1,700 en total, nombró ya a 234, pero de los nueve jueces supremos, seis son conservadores, incluso tres designados por él, y tres son considerados como liberales. Trump, sin embargo, parece convencido de que esa situación le permite manejarse con «manga ancha» y prescindir de la supervisión judicial o, simplemente, tener su acuerdo de antemano.

Pero no ha sido así. De acuerdo con Paul Collins, profesor de Estudios Legales y Políticos de la Universidad de Massachussetts-Armherst, «aunque pueda parecer extraño que los jueces nombrados por Trump estén fallando en su contra, en realidad no lo es tanto. En cambio, es un ejemplo de lo que sucede cuando un presidente se extralimita en su autoridad y adopta posturas legales que ni siquiera sus propios jueces designados pueden respaldar». De hecho, parece una conclusión compartida por analistas conservadores, no necesariamente pro-Trump.

Durante su primer régimen, Trump se apoyó en las recomendaciones de la Sociedad Federalista, un grupo de abogados de ideología conservadora, que presenta ahora como empeñada en adelantar por separado sus propias ambiciones y agenda en vez de las posiciones del gobierno.

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Pero la agrupación fundada en 1982 ha sido definida como una agrupación «organizada más en torno a un enfoque judicial compartido que a lealtades personales» y renuente a la intimidación. «Es probable que los jueces simpatizantes de la Sociedad Federalista perciban el ataque de Trump como lo que realmente es: un rechazo a la idea de que incluso los jueces afines deberían poder frenarlo, y una promesa de no nombrar más que aduladores sin principios en el futuro», aseguró el analista Andrew Egger, de la publicación conservadora cibernética The Bulwark (El Baluarte).

Trump, sin embargo, ha tenido triunfos significativos, como el apoyo que el año pasado le dio la Suprema Corte al aprobar una redefinición del concepto de inmunidad presidencial que le permitió cubrirse legalmente y escapar a acusaciones sobre su presunta responsabilidad en el motín del seis de enero de 2021. Para Trump no es suficiente ahora que sus decisiones enfrenten rechazo judicial a decisiones sobre universidades, despidos del gobierno federal, deportaciones masivas y tácticas policiales de mano dura.

POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS

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COLABORADOR     JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM

@CARRENOJOSE

 

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Mundial 2026. La magistral jugada estadounidense… y México de comparsa

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Opinión de Eduardo Gaytán Mendieta | Expansión |

Exactamente dentro de un año el balón rodará en el Mundial de 2026. Una Copa del Mundo histórica, sí, pero no por las razones que en México nos quieren vender. Nos han repetido hasta el hartazgo que seremos la primera nación en organizar tres Mundiales. Lo que no dicen es que esta tercera vez seremos apenas un actor de reparto; no el protagonista, ni siquiera el antagonista. México aparece como comparsa de una jugada maestra de negocios, concebida y ejecutada con precisión quirúrgica por Estados Unidos.

La candidatura “United 2026” fue una estrategia brillante en la que el país de las barras y las estrellas no solo consiguió quedarse con el pastel, sino además hacer que México le ayudara a hornearlo. Y claro, de paso y con gusto compartir algunas migajas. Estados Unidos aprovechó la pasión futbolera de nuestro país, su peso simbólico ante la FIFA y su condición de puente cultural con América Latina para construir una candidatura irrefutable. ¿El resultado? 78 de los 104 partidos se jugarán en suelo estadounidense. Canadá, un país sin tradición futbolera, tendrá 13, y México, el único de los tres con fútbol en las venas, 13 también; dicho sea de paso, ninguno más allá de los octavos de final. Lo repito para que quede claro: ningún partido de cuartos, semifinales y mucho menos la final se jugará en México. La gran fiesta del fútbol pasará por nuestro territorio como un desfile de luces del que apenas veremos el reflejo. Ah, pero claro, tenemos la inauguración; premio de consolación. Realidad brutal para quienes aún creen que México “co-organiza” el Mundial. Esto suena bien en discursos políticos y spots promocionales, pero no resiste un análisis serio. No hay co-organización posible cuando uno pone los estadios, los aficionados y la pasión, y el otro se queda con los negocios, el calendario y la gloria. Estados Unidos no compartirá el Mundial: lo administrará. Cuando de negocio se trata, ellos mandan. Y el negocio es monumental. Con la expansión a 48 selecciones, el torneo pasará de 64 a 104 partidos, incrementando los ingresos por derechos televisivos, patrocinadores y venta de boletos de forma exponencial. Con la venta de entradas y derechos de transmisión generará más de 7,000 millones de dólares (2.5 veces el PIB de Belice), según estimaciones preliminares. El 75% de esos partidos, con su respectivo valor comercial, se jugarán en nuestro vecino país del norte; lo demás es utilería. Canadá y México son apenas escenografía, piezas necesarias para dar credibilidad a una propuesta que, sin ellos, habría sido (probablemente) rechazada por la FIFA ante las nuevas exigencias geopolíticas de inclusión regional. Y mientras que, ciudades como Nueva York o Los Ángeles se frotan las manos para cada una recibir una derrama cercana a los 500 millones de dólares, en México ya comenzaron las alertas, especialmente con el hospedaje. La Ciudad de México, que recibirá apenas cinco partidos, espera a cinco millones de visitantes; una cifra que rebasa por mucho la capacidad hotelera de 54,000 habitaciones disponibles, (de acuerdo con la Asociación de Hoteles de la Ciudad de México). ¿Estamos preparados? ¿Tenemos la infraestructura, la movilidad, la seguridad, los servicios para responder a esa demanda? La respuesta, incómoda pero necesaria es: no. México tiene estadios, sí. Tres grandes sedes: el Estadio Azteca, (aún en remodelación y una prohibición de cambio de nombre por parte de la FIFA, por cierto), el BBVA en Monterrey y el Akron en Guadalajara, pero mostró muy poco músculo político y económico para influir en el diseño del torneo, y bajó la voz en la repartición de los partidos clave. No es un Mundial compartido. Es el Mundial estadounidense, con licencia simbólica para que México presuma ser “triple sede histórica”. El resto es marketing. La narrativa triunfalista que desde ya promueven autoridades y medios de comunicación es, en el mejor de los casos, ingenua; en el peor, cínica. Nos vendieron una fiesta que no organizamos. Nos prestaron una etiqueta que no nos pertenece. Y ahora, nos piden que celebremos como si verdaderamente fuéramos protagonistas.

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México debe aspirar a mucho más. Si íbamos a compartir la Copa, debimos negociar en serio. Elevar considerablemente el número de partidos, exigir ronda de cuartos y semifinales, garantizar beneficios comerciales tangibles, asegurarnos una porción real del control organizativo. No se hizo. Y hoy, a 12 meses del silbatazo inicial, solo queda la parafernalia. El Mundial de 2026 será un éxito…para Estados Unidos que entendió perfectamente el valor comercial del futbol, y que supo usar a México como palanca emocional para acceder a él. A nosotros nos toca mirar, aplaudir… y pagar la cuenta. El futbol es negocio. Y en este negocio nos tocó ser extras. ______ Nota del editor: Eduardo Gaytán Mendieta (X: @legaytane) es un comunicólogo y estratega en medios de comunicación, CEO y fundador de la agencia E3 Media. Ha colaborado en diversos medios de comunicación como Imagen Televisión, Televisión Mexiquense y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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¿Y mi voto pa’ qué?

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Columna de opinión por Alan Sayago Ramírez

El pasado 1 de junio, Veracruz vivió una elección que en el papel parecía histórica: se renovaron las 212 alcaldías, por primera vez con periodos de cuatro años, gracias a la reforma electoral y se eligieron cargos del Poder Judicial mediante voto directo. Pero en la práctica, lo que se impuso no fue la democracia, sino el desinterés. No ganó ningún partido: ganó la abstención.

Según cifras del OPLE, apenas el 59.34% del electorado participó en las elecciones municipales. Aunque a primera vista puede parecer una cifra aceptable, el descenso es preocupante: en 2013 votó el 67.2%, en 2017 bajó al 63.4%, en 2021 al 59.9%, y ahora ni siquiera seis de cada diez veracruzanos acudieron a las urnas. Veracruz se está desmovilizando, poco a poco… pero de forma constante.

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El fenómeno se sintió en todo el estado. Úrsulo Galván cayó de 62% a 48.3%, Minatitlán se quedó en 47.5%, Sayula de Alemán bajó a 46.7%. Son cifras que duelen, porque detrás de cada punto menos hay miles de personas que decidieron no participar. No es un simple número: es una señal.

Ni siquiera Xalapa, la capital del estado y corazón político de Veracruz, logró destacarse demasiado. En el distrito Xalapa 1 votaron 124,160 personas, es decir, un 64.9%; en Xalapa 2, apenas el 62.99%. Aunque ambos distritos superaron la media estatal, el contraste con municipios como Magdalena, Coetzala y Landero y Coss —donde la participación fue superior al 88%, es alarmante. ¿Qué está pasando?

La respuesta incomoda: la democracia se está vaciando de sentido. No es que la gente no sepa votar, es que siente que ya no sirve. En zonas marcadas por la inseguridad, la pobreza y promesas rotas, la elección se vive como una rutina sin alma. ¿Para qué votar si nada cambia? ¿Para qué ir a las urnas si el resultado no mejora mi calle, mi escuela o mi futuro?

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Y el caso del Poder Judicial lo confirmó: una elección inédita, con posibilidad de elegir jueces y magistrados, terminó siendo ignorada por la mayoría. Solo entre el 12.57% y el 13.32% del padrón participó. No hubo campañas de difusión claras ni pedagogía cívica. A muchos les pusieron esa boleta en las manos sin que supieran siquiera qué estaban eligiendo. Un fracaso anunciado.

El politólogo Thomas Patterson, en su libro The Vanishing Voter, explica que la abstención no es apatía: es una enfermedad democrática alimentada por la desconfianza, el hartazgo y la falta de consecuencias visibles tras el voto. Y en Veracruz, esa enfermedad avanza. Porque no hay legitimidad sin participación, y sin legitimidad no hay democracia que aguante.

Lo que pasó el 1 de junio no es una anécdota, es una advertencia. Cuando más de cuatro de cada diez personas deciden no votar —teniendo opciones, viviendo en democracia y enfrentando problemas reales—, el problema no está en la boleta, sino en el vínculo roto entre el pueblo y el poder.

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Hoy, más que invitar a votar, toca reconstruir razones para hacerlo. Hablarle claro a quienes tienen entre 12 y 37 años, explicarles que votar no es un favor al sistema, sino un acto de defensa personal. Porque si tú no eliges, alguien más lo hace por ti. Y ese alguien puede no pensar en ti.

Veracruz tiene que escuchar lo que dijeron las urnas vacías. Porque cuando la ciudadanía guarda silencio, lo hace por algo. Y si no reparamos ese silencio, puede convertirse en el principio del fin de nuestra democracia representativa.

Alan Sayago Ramírez.

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Delegado de la asociación política Estatal GAMEC, licenciado en Derecho, maestro en política y gestión pública y Doctorante en Derecho.

Redes Sociales: @alansayagor

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